Corrió sin prestarle atención a sus pies, corrió
automáticamente. Tardó menos de un imperceptible minuto en alcanzar la vereda
de los jazmines japoneses: era la segunda vez en dos días. Cuando llegó, miro
con detenimiento los racimos e inspiró con placer. Arrancó un manojo y se lo
llevó a la nariz; en ese momento se lamentó de que su refugio quedara tan
lejos.
Agradeció a los dueños de la casa que, sin saberlo, curaban
un poco su dolor.
Pensó en las cosas que estaban apretadas dentro de un cajón
en su cabeza y trató de abrirlo con todas sus fuerzas. Pensó, olió, corrió y
también se detuvo. Algún mal momento salió de su ojo y nadó por el cachete
hasta el cuello, y ella lo borró del mapa con la manga del pullover gris.
Llegó a su casa y le puso una flor diminuta en la cabeza a
Camila, y pensó ‘que lastima que mi refugio queda tan lejos’.
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