Y YA PASÓ, YA TERMINÓ. LA DULCE ESPERA ME DIO UNA ALEGRÍA QUE SIGUE Y SIGUE Y SIGUE, Y VAYA UNO A SABER CUÁNDO VA A TERMINAR.
Por mí, que continúe. ¡Qué día loco, che! Ni me pregunten que pasó en Genética, ni en Historia ni en Matemática, pregúntenme qué pasó en la hermosa fiesta del UPD de la ciento veinticuatro.
Después de un arduo trabajo pintando remeritas, partimos a odontología con Victoria en el baúl de la Suran. Bajamos motivadas y con un poquitín de frío, pero todo se banca con la que se estaba por venir. Y así como quien no quiere la cosa llegaron los pibes promo (si panos y demás) con pirotecnia, banderas y paraguas. Aparecimos en la puerta de Metrópolis y nos mandamos con emoción, cantando los temas promo -que yo no me sabía, pero de tanto repetir, aprendí- y se abrió la barra. Los alcohólicos reconocidos de la 124 se zambulleron en el charco que inundaba toda la parte central del minúsculo lugar y yo me cagué de risa, bailando con Héctor, con Eliana, con Paula, Viqui, Bachi, Coti, Dani, Celi, Bian y toda la gente pilla.
De gente pilla hablando, a eso de las seis de la mañana, Héctor, Pili, Pau, Eli, Gerschi -o como sea- y yo, nos fuimos a desayunar a un 24 horas, todo esto después de haberle cedido el buzo verde a Luisina que estaba casi desmayada por borracha y tenía frío, me terminé tapando con una bandera del colegio y me congelé preacticamente. Todo bien.
Tipo siete, toda la promo estaba en plaza San Martín esperando el momento, que llegó al fin, con trompetas y bombos cantando canciones de la promoción, con una alegría que desbordaba de mí y con un frío espantoso que se convertía en ansiedad mientras nos acercábamos a 1.
La fuente, las banderas, los bombos, los otros, paraguas, bengalas, espuma, bailar, saltar, gritar, correr, la mejor promoción de la historia hizo su entrada triunfal y viví después de hermosos seis años lo que siempre esperé: pararme en la escalera del hall central, quedarme sin voz y -citando a Stephen Chbosky-:
sentirme infinita.
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