Sinceramente no tengo tiempo para escribir en el blog. Con el Quijote y la chota no tengo tiempo para nada, encima el capítulo 5 de Glee que no sale y me quiero matar. Me di cuenta que envidio vorazmente a Victoria y por un lado me molesta, y por otro me pone contenta. Quedan 11 días de clases y además de que el once es un numero lindo, es poquito tiempo. Así que soy feliz.
Lamentablemente Featherston me odia así que me voy a tener que romper el orto estudiando para los examenes del Lunes y del Martes. Y eso significa leer el quijote en 3 días.Y el tipo de expresión escrita me puso un diez :D
Paso a dejarles mi cuento de los dientes:
Elemento del día: Calcio (Ca)
Lamentablemente Featherston me odia así que me voy a tener que romper el orto estudiando para los examenes del Lunes y del Martes. Y eso significa leer el quijote en 3 días.Y el tipo de expresión escrita me puso un diez :D
Paso a dejarles mi cuento de los dientes:
Empezaba a clarear el cielo. Por
el horizonte ya se distinguían los árboles que la noche se había ocupado de
ocultar. La ventana del cuarto del medio no estaba abierta, pero la cortina
azul con dibujos de de muelas en ella, sí lo estaba. Y dejaba al descubierto
unos ansiosos ojos azules que miraban expectantes un camino que llegaba a la
otra punta del pueblo y se internaba en el bosque. Las casas, todas chatas y
oscuras, dormían junto con sus dueños. Con todas las persianas bajas, los
hogares transmitían calma y placidez a todo el mundo; menos al muchacho de la
cortina con dientes.
Había pasado la noche en vela
esperando a aquel bicho a quien llamaban Ratón Pérez. Hugo amaba sus dientes,
porque con siete años de edad, sólo un espacio vacío arruinaba su dentadura
perfecta. Era el primer diente que se le caía, y como tenía padres dentistas,
estaba en perfectas condiciones. Pero los ojos ansiosos de aquel chico habían
perdido su lucidez, estaban cansados de escudriñar la ventana, atentos a
cualquier movimiento: no iba a permitir bajo ninguna circunstancia que un
roedor mugriento se llevara sus dientes.
Marcela se había despertado y
había ido a llevar el desayuno a su hijo quien todavía no había pegado un ojo.
La sorpresa de la mujer se reflejaba claramente en sus ojos y con dulzura
materna le dijo:
-¿No vino el señor Pérez?
El pequeño centinela agachó la
cabeza y se miró los pies, que parecían más interesantes que la inquisitiva
mirada de su mamá.
-Tranquilo, por ahí mañana
viene. -No.- dijo enojado-.No quiero que venga.
-Pero Huguito, te va a dejar una
moneda por el diente.
-No mami, quiero que me pongas
el diente de nuevo.
-Pero mi vida, los dientes que
se caen crecen solos, no te lo puedo poner.
-Pero vos arreglás dientes.
-Sí, pero….- y en ese momento
Hugo empezó a llorar desconsoladamente. José entró a la habitación, se sentó a la
cama con ellos y abrazó a su hijo con ternura. Ambos padres soltaron al
muchachito una perorata sobre la caída de los dientes y éste se calmó un poco.
Se secó las lágrimas con la manga del pijama y empezó su desayuno.
A comienzos del mes de Enero, la
dentadura de Hugo ganó un nuevo agujero y el centinela volvió al trabajo, luego
de una jornada sin rastros del ratón, metió su segunda paleta en una cajita de
madera. Y el tiempo corrió hasta llegar al mes de Agosto. Para ese momento el
chico tenía cuatro paletas nuevas y un incisivo a medio nacer. Había recuperado
la compostura y su sonrisa perfecta, pero tenía ojeras y estaba muy cansado.
Cuando llegó la Navidad, otro diente dejó el nido; el segundo incisivo superior
y Hugo estuvieron despiertos toda la noche con los ojos azules asomados a la
ventana, mirando a través de la cortina con dibujitos de muelas. Como era de
esperar, el Ratón Pérez no apareció y el vigía abandonó el puesto para guardar
el incisivo en la urnita estipulada, pero de repente, se dio cuenta de que no
estaba. Ni huella por acá, ninguna pista debajo de la cama, ni en el estante
blanco: la caja y su contenido habían desaparecido. Hugo volvió a despertar a
José y a Marcela llorando; ellos pensaron que quizás se le estaba haciendo
costumbre. Volvieron a consolar al muchacho y le dijeron que iban a encontrar
el tesoro perdido. Tras meses y meses de infructuosa búsqueda Agosto se posó de
nuevo y la caja permanecía perdida. El muchacho se rehusaba a dormir aquellas
noches con un diente menos; se sentaba en la ventana con el puño cerrado y se
obligaba a permanecer despierto.
Cuando llegó la primavera Hugo
había cumplido nueve años y sus paletas eran blancas y perfectas. Todos
elogiaban su sonrisa, pero no la veían mucho. Desde el momento en que la caja
desapareció, sus ojos no estaban ni ansiosos ni lúcidos. Caminaba arrastrando
los pies y con la boca cerrada. Entonces se le cayó la primera muela. Al salir el sol, salió de su casa y corrió
muy rápido hacia el bosque, siguiendo el camino que cruzaba el pueblo; saltó
con habilidad los troncos caídos, esquivó piedras y se tropezó un poco. Pero al
fin llegó a un claro, en el medio de una zona con flores rojas y violetas había
un tocón con un hueco en el medio. El muchacho se acercó y dejó la muela en el
agujero, junto con un incisivo y los colmillos. Había empezado a guardarlos en
ese lugar desde la misteriosa pérdida de la caja para tenerlos seguros. Volvió a su casa y cerró con
felicidad la ventana azul con dientes.
Hugo había recuperado la calma y
creía que nadie iba a asaltar su tesoro en aquel lugar. Así que al momento de
guardar la segunda muela, caminó despacio y no tropezó ni una sola vez; se
rascaba la nariz, se detenía a mirar los árboles y llegó al claro una hora
después. Reprimió un grito al mirar el tronco. El agujero del tocón estaba
vacío: en su lugar había unas monedas dentro de una cajita de madera y una nota
que decía:
Tus dientes están a salvo.
Elemento del día: Calcio (Ca)
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